La frase data de toda la vida, al menos yo la he escuchado siempre así, y genera una lección, un precave. Porque una cosa es tener confianza, seguridad, certidumbre en la estrategia de enfrentamiento al nuevo coronavirus en tres meses de continuo batallar en nuestro país, y otra es actuar con insensatez e irracionalidad, o lo que es lo mismo, ser un perfecto o una perfecta irresponsable, que el vocablo vale para ambos sexos.
En los últimos días se han ido dando señales de que Cuba está alcanzando ya un momento de menos complejidad en la lucha para la prevención y control de la COVID-19, tal como ha reconocido el Presidente de la República, Miguel Diaz-Canel Bermúdez. Y así hubiera sido de no haber tenido la capital, epicentro ahora de la pandemia, los eventos ya conocidos en determinados centros laborales y que han generado una trasmisión local abierta.
Las cifras de infectados, según los datos aportados por el Doctor Francisco Durán en su usual Conferencia de Prensa, son asintomáticos en su mayoría, lo que pone en precariedad mucho de cuanto hemos avanzado en el combate contra la COVID-19, Pero, al parecer, hay mucha gente que ni se han enterado, no les importa o se creen inmunes a una enfermedad que mata y que ha puesto al mundo entero al borde del colapso, como vemos a diario por los distintos medios.
No hace falta deambular por las calles habaneras, semanas atrás semidesiertas, para ver la presencia de personas ajenas al propósito de vida que llevamos, evidencia que se ha ido ganando en confianza y perdiendo la percepción de riesgo. Ciertamente, resulta difícil evitar la movilidad de miles de personas en función de necesidades perentorias o por razones de trabajo en la producción y los servicios, pero muchas de ellas son ajenas a esas prioridades.
A la vista de todos se ven niños, generalmente acompañados por mayores; incluso, madres con bebés en brazos o paseándolos en coches. Ni hablar de aquellos que toman la puerta de entrada de sus casas o las aledañas para jugar al dóminó o compartir tragos con amigos. Se ha conocido, además, de celebraciones en azoteas, con música y ron incluidos y los medios de protección brillando por su ausencia. Asimismo, asoman muchos adolescentes y jóvenes recorriendo las calles como si tal cosa.
En la bullanguera Centro Habana, sede de los últimos eventos que han echado por tierra los muchos esfuerzos del sistema de Salud y los científicos cubanos, convirtiéndola en la provincia donde hay mayor transmisión con una alta prevalencia de asintomáticos, no son pocas las personas, jóvenes fundamentalmente, que andan en pequeños grupos, sin nasobucos o con estos colgando como corbatas o mal puestos. Incluso, hay quienes se los quitan para hablar o fumar.
De más está decir que en este municipio proliferan las colas o moloteras, asignatura suspensa aun; se forman a cualquier hora, hasta en la madrugada, sin saber qué es lo que se va a ofertar en determinada tienda y sin guardar el distanciamiento requerido; Pululan también los grupos espontáneos en aceras, puertas y escaleras vecinas y poco a poco han ido aflorando los vendedores ambulantes. En fin, hay mucha más gente en la calle.
La Covid-19 no se ha acabado por lo que han dicho nuestros científicos y los investigadores de todo el planeta, vamos a tener que convivir con ella, como hacemos hoy con el dengue, la influenza u otra enfermedad trasmisible.
Sin embargo, No basta con los llamados si no se arrecia el enfrentamiento a las indisciplinas, las negligencias, las transgresiones de la ley y de las normativas que aun rigen para favorecer nuestra salud y que más temprano que tarde nos ayude a regresar a la ansiada normalidad, Conductas estas que, echan por tierra los desvelos y el trabajo de quienes no se dan un respiro en el combate a la pandemia.
Esta es una lucha colectiva, de todos y todas. En lo individual, para vencer la cadena de contagios y revertir la curva de la complejidad, se hace necesario ser más comedidos y cumplidores de nuestros actos desde la responsabilidad propia y la ciudadana.
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