, Año 64 de la Revolución______________________________

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Amalia, felicidad y deber

Resulta difícil desligar la vida de Amalia Simoni Argilagos de la de su amado esposo, Ignacio Agramonte y Loynaz. Nacidos ambos en el otrora Puerto Príncipe, hoy provincia de Camagüey, les unió el ardor rebelde a la causa independista y un amor más allá de toda barrera, que solo la guerra y la muerte del joven patriota camagüeyano pudo romper.

Nacida el 10 de junio de 1842, en el seno de una familia acomodada, Amalia, una cándida muchacha camagüeyana con belleza, comprensión y personalidad visibles, mantuvo siempre ferviente patriotismo y ansias liberadoras para cuba.

La vida cultural en la jurisdicción de Puerto Príncipe era muy animada en el siglo XIX, lo que permitió el realce de instituciones culturales y patronales, las cuales eran muy  disfrutadas por los jóvenes de la época. En este ámbito, la voz de soprano, dúctil y melodiosa de la hermosa principeña  era  bien conocida en aquella sociedad, no solo por sus dotes artísticas y su belleza, sino por ser la mayor de las dos hijas del matrimonio formado por el médico José Ramón Simoni y Manuela Argilagos, de gran reputación en la comarca.

El medio les resultó propicio a la pareja, pues ambos eran jóvenes muy cultos y gustaban de frecuentar  estas actividades. Terminada su  carrera de abogado en  la Universidad de La Habana,  se casaron en la  iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, el primer día de agosto de 1868. Puede decirse que pasaron la luna de miel en plena manigua, pues Ignacio se incorporó a la guerra tres meses después, el 11 de noviembre de ese mismo año.

Casi al inicio de la contienda,  la familia Simoni abandonó su residencia y lujos y se trasladó a la finca La Matilde, donde nació el primogénito Ernesto, al cual su padre nombraría cariñosamente Mambisito, Poco después, Agramonte, que para entonces era un respetado jefe militar, marchó a la Sierra de Cubitas  en la serranía camagüeyana .La separación definitiva vendría pronto. ”La esposa de un soldado tiene que ser valiente”, le dijo su marido, a modo de despedida.

Cuentan que en plena guerra de los Diez Años (1868-1878) , Amalia fue arrestada por  las fuerzas coloniales españolas y se le pidió que escribiera a su esposo, para que abandonara la lucha. Su respuesta fue categórica: “Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle A mi esposo para que sea un traidor”.

¡Fáciles son los héroes con tales mujeres!, diría años después el prócer cubano José Martí al conocer de este lance.

Si durante la etapa de noviazgo, cuando el joven Ignacio  estudiaba o trabajaba  en La Habana y su amada permanecía en Puerto Príncipe, el intercambio epistolar fue intenso, en el periodo de la guerra alcanzó una trascendencia que perdura por su desbordado amor y patriotismo.

Amalia fue una activa colaboradora de las fuerzas mambisas y prestó servicios en hospitales de campaña. Asimismo sufrió los rigores de la cárcel y luego del exilio. En Yucatán, México,  conoció de la muerte en combate de su amado compañero y dejó una frase de hondo amor a la patria ya la familia: “Parece que cuando una tiene hijos ama mas la libertad!.

Al concluir la guerra, regresó a su Puerto Príncipe, pero al estallar la nueva contienda  organizada por Martí en1895, fue  prácticamente obligada a emigrar por el gobierno español.  Le temían a su ejemplo y a su patriotismo.  De vuelta a Estados Unidos,  recaudó fondos para la lucha y actuó  como soprano en el De Garmo Hall, de Nueva York, en funciones de beneficio, con gran acogida de la crítica, que llegó a considerar su voz entre las mejores y más timbradas de entonces, según testimonió luego su amiga la poetisa cubana Aurelia Castillo.

Al finalizar sin independencia la guerra, Amalia se opuso tenazmente al intervencionismo norteamericano y a la Enmienda Platt. Le ofrecieron ayuda económica por ser la viuda de El Mayor, pero la rechazó siempre: Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba."

A los 73 años de edad, el 23 de enero de 1918, falleció en La Habana. Había pedido que la enterraran junto a su padre en el Cementerio de Camagüey, cerca de donde podría estar su amado, cuyas cenizas debieron ser esparcidas en el camposanto por orden de las autoridades españolas, según reza la leyenda popular. Desde diciembre de 1991, sus restos reposan en su querido Camagüey, a donde fueron trasladados desde la capital cubana.


http://www.mujeres.co.cu/art.php?MTM0NjI=

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