Más allá del conocido apasionamiento amoroso que le inspiró Julián del Casal, ese iluminado sublime, como ella lo calificara, Juana Borrero, quien brilló por su talento poético, fue también una extraordinaria pintora.
Nació el l8 de mayo de 1877, en La Habana. Su precocidad se manifiesta cuando a los cinco años pinta un clavel y una rosa y lo titula Romeo y Julieta. Adolescente, inició sus clases de pintura con Dolores Desvernine. En San Alejandro, tuvo como profesor a Armando Menocal, quien mucho ensalzó el quehacer de su alumna. El espíritu de libertad de Juana se manifestó en la creación artística porque estaba contra ataduras y convencionalismos.
Es conocido que en su primera lección con el maestro Menocal le dijo: “No me explique teorías porque son inútiles para mí; pinte un poco en esa tela y así lo entenderé mejor”.
Su hermana, Dulce María Borrero, contó: “De nuestro padre había heredado Juana el amor por la belleza manifestada en las esferas del Arte y las ideas, y aquel otro amor suyo, rayano en el delirio, por la hermosura natural del mundo en su unidad de formas y de fuerzas. Por nuestra madre, que cultivó en su callada juventud, por singular preferencia, las antiguas mitologías y la Astronomía, conoce la curiosa criatura la existencia de los misterios cósmicos y el ordenamiento armonioso de los mundos en el abismo estelar.
Como a Juana le llama poderosamente la atención la Historia Natural su pincel la recrea en dibujos muy apreciados por los naturalistas Poey Y Carlos de la Torre.
Con inspirada y detallada pericia, la joven ilustró cuentos de Esteban Borrero como los de Lecturas de pascuas, que compartió con su hermana Dulce María, a quien dio las primeras clases técnicas.
A propósito de la exhibición de los cuadros de la joven en el Salón Pola, en 1893, el poeta Julián del Casal, cuya tormentosa relación tanto la señalara, rubricó en una crónica:
“Dentro de poco tiempo, toda vez que una artista de tan brillantes facultades no puede permanecer en la sombra, ya porque su mano poderosa la arrastre a la arena del combarte, ya porque se lance ella misma a cumplir fatalmente su destino, su obra será sancionada por la muchedumbre y su nombre recibirá la marca candente de la celebridad”
Entre los óleos más conocidos de la artista están los titulados Niñas para el que posó su hermana Mercedes y, tal vez, el más conocido Negritos, realizado en Cayo Hueso y que se exhibe en las Salas Cubanas del Museo Nacional. El poeta, narrador y ensayista José Lezama Lima, afirmó: “Las vivencias profundas que produce la contemplación de Negritos son semejantes a las que produce la Gioconda”.
En su artículo Las cartas de amor de Juana Borrero, el poeta y ensayista Cintio Vitier, resalta:
(…) los preciosos dibujos que pueden verse en los facsímiles y muchos pasajes descriptivos nos recuerdan que tal vez, no obstante la impar Última rima, el mayor talento de Juana fuese el de pintora. Su pupila tenía la hiperestesia y la precisión de los destinados a transfigurar el mundo visible, sin contar la extraña penetración psicológica que revela el cuadro de los negritos de Cayo Hueso.
José Martí organizó una velada para presentar a la colonia cubana de Nueva York a la niña poeta. En Chickering Hall, Juana recita su poema patriótico Esperad. Esteban Borrero obsequió a Martí con varias obras pictóricas realizadas por su hija.
EL FINAL
Enferma, aún dolida por la muerte de Casal, cuyo recuerdo es llama presente, la poetisa y pintora fallece el 9 de marzo de 1896, en Cayo Hueso, donde la familia se había exiliado, por estar comprometido Esteban Borrero con la lucha revolucionaria, y, en especial, en busca de un mejor clima para la doncella con signos de tuberculosis. En sus momentos, finales, desde su lecho, Juana clama angustiada por su novio Carlos Pío Uhrbach, incorporado a las fuerzas insurrectas en la manigua cubana. Sin poder sostener el lápiz, la joven dicta a una de sus hermanas su poema Última rima.
Yo he soñado en mis lúgubres noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
con un beso de amor imposible,
sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Yo no quiero el deleite que enerva,
el deleite jadeante que abrasa,
y me causan hastío infinito
los labios sensuales que besan y manchan.
¡Oh, mi amado!, mi amado imposible!,
mi novio soñado de dulce mirada,
cuando tú con tus labios me beses
bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Dame el beso soñado en mis noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
que me deje una estrella en los labios
y un tenue perfume de nardo en los labios!
Bibliografía:
Vitier, Cinto. Contemporáneos. Ediciones UNION.
De Armas, Emilio. Casal. Editorial Letras Cubanas. Ciudad de La Habana, Cuba, 1981.
Ricardo, Yolanda. Nueva visión de Dulce María Borrero. Editorial Letras Cubanas. Ciudad de La Habana, Cuba, 1983
http://www.mujeres.co.cu/art.php?MTMzMzQ=
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