Hurgar en sus cualidades seria como bucear en la sencillez, la cordialidad, la ternura, aunque muchas, muchas más, fueron las virtudes que la adornaban y que honraban sus raíces cubanas Hay figuras en la historia de los pueblos que siempre parecerán estar vivas, presentes en su devenir. Un nombre me viene entonces a la mente: Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley.
Una mujer tan imbricada a la historia misma de la Revolución Cubana y de Fidel, que resulta imposible, al decir de su biógrafo e investigador Pedro Álvarez Tabio separar una de otra. Combatiente de la clandestinidad y la Sierra fue también la persona que con más rigor y celo resguardó cada instante de la historia insurreccional cubana, gracias a su afán y cuidados por salvar hasta el más ínfimo documento, fotografía, anotación y hasta un simple papelito. Por iniciativa suya surgió la Oficina de Asuntos Históricos, en cuyas bóvedas se guardan miles de documentos originales de la lucha revolucionaria.
Recordarla, en el centenario de su nacimiento, es como mostrar un pedazo de la historia y sentir la huella que ha dejado entre las cubanas y los cubanos su breve nombre. Amante de los animales y la naturaleza, al extremo de convertir lugares rústicos en espacios de ensueño y buen gusto, la
.Su historia de lucha y consagración a la Revolución, en especial en los difíciles momentos de la lucha clandestina y la guerra de guerrillas, así como en los instantes cruciales por los que ha atravesado nuestro proceso deviene ejemplar. Era una típica cubana, tanto en su alegría como en su dinamismo y temperamento; mujer de detalles y acicalamientos, de fraternidad humana y rigor combativo.
Esa mujer de grácil figura uniformada de verde olivo y hermosas flores adornando su negrísimo cabello, es perpetuada hoy por su pueblo y toda Cuba en el centenario de su nacimiento, este nueve de mayo, en Media Luna, poblado rural del municipio de Manzanillo, en la provincia de Granma.
El amor por su padre, el médico manzanillero Manuel Sánchez, de excepcionales méritos como martiano revolucionario y solidario, nutrieron la espiritualidad de Celia desde su más temprana edad. Su madre, Acacia Manduley procreo nueve hijos, muriendo de paludismo pernicioso a los 20 días de haber dado a luz a su última hija. Celia tenía seis años en ese entonces.
En su carácter se integraron la dulzura, el afecto, la ternura, con la más rigurosa exigencia en los principios revolucionarios. Los que la conocieron de cerca nos dan la estatura de la heroína desde la distancia del tiempo, describiéndola como una muchacha de espíritu inquieto y carácter decidido; sensible y laboriosa, pero muy enérgica y con un gran sentido de la honradez y proyección humanista.
Era una mujer de gráciles movimientos y proverbial modestia, que aunaba a sus muchos dones una enorme capacidad para imponer disciplina y respeto. La naturaleza no le dio el privilegio de la maternidad, pero ella supo prodigarle a cada ser necesitado de su ayuda, comprensión, aliento y su infinito amor maternal. Crió a 10 hijos y convivió con ellos en su casa de la calle 11, en el Vedado capitalino. Estaba orgullosa de sus “hijos” y estos no menos de aquella mamá ejemplar que depositó en ellos el cariño y los desvelos de una madre, formándolos para la vida.
La historia me absolverá, en cuya distribución en Manzanillo, Celia participó, le reveló el alcance programático del movimiento gestado en el Moncada, pero ya desde los meses anteriores al desembarco del Granma, no hubo episodio de la lucha en la que ella no estuviera. De hecho, después del reagrupamiento inicial en Cinco Palmas del pequeño destacamento de expedicionarios, el apoyo de Celia fue inestimable, pues fue la mujer que incorporó a la guerrilla los primeros campesinos .No cesaría la comunicación con Fidel, al que se había ligado desde la salida de los moncadistas de la prisión, en 1955
Ella
sacrificó seguridad, sueño y aliento con tal de garantizar el
suministro más amplio posible al pequeño destacamento guerrillero que
comandaba el líder de la Revolución. Para entonces, Fidel le había
transmitido su convencimiento acerca de que las perspectivas de la
guerrilla eran excelentes, a pesar de contar en esos momentos (febrero
de 1957) con solo 20 hombres, convenciéndola de la posibilidad de
incorporar activamente a la mujer, a la lucha guerrillera. Y como el más
aguerrido de los soldados, resistió con tanta o mayor entereza que
muchos de aquellos, la dura vida en campaña de la lucha en el monte.
Otras mujeres empuñarían después el fusil en la Sierra Maestra, pero a
ella, según Tabío, correspondería el mérito histórico de haber sido la
primera, y de haberlo hecho bien.
Celia se hizo imprescindible en la jefatura guerrillera, como antes lo había sido en su compromiso con los pobres y los necesitados y en la lucha clandestina en el llano, donde descolló como conspiradora y organizadora de riesgosas acciones. Así aprendimos a advertir su presencia alada junto al Comandante en Jefe, como queriendo resumir en su persona el desvelo de cada uno de las cubanas y los cubanos por su querido líder.
De espíritu inquieto y carácter enérgico, poesía sentido de la organización y gran proyección y meticulosidad de trabajo. Gustaba, por demás, del anonimato y cuánto mucho hacía, lo impulsaba tan combativa como silenciosamente. Su capacidad ejecutiva unido a su don de convertir en hechos los más atrevidos proyectos le servía de mucho para sus propósitos.
Atenta, meticulosa, leal, pero exigente e infatigable en las tareas a cumplir, era una apasionada de la historia y una martiana convencida. Impulsó legislaciones de Seguridad Social para las mujeres trabajadoras y campañas por la incorporación femenina al estudio y al trabajo y era ampliamente conocida por su extraordinaria sensibilidad, preocupación e inquietud por las opiniones e intereses del pueblo.
Hoy, transcurridos 100 años de su nacimiento y 40 de su muerte física, una gris mañana del 11 de enero de 1980, víctima de cáncer, Celia vive con el pueblo en su amor a la obra revolucionaria y en su interés y altruismo hacia los demás. A estas alturas, su ejemplo y un título que la privilegia como “la flor más autóctona de la Revolución” han elevado su nombre a la posteridad.
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