, Año 64 de la Revolución______________________________

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Desde Ciénaga de Zapata: Lázara, una maestra para toda la vida






“Lléguense a la escuelita primaria Dulce María Martín, de Caletón, allá trabaja una maestra jubilada reincorporada con cuarenta niños, es increíble aquello, no sé cómo se las arregla y siempre hay una disciplina…” – sugirió un conocedor de ese noble oficio en la zona al equipo de prensa de Humedal del Sur.
Ante la incertidumbre y el deseo de conocer a la legendaria Lázara Sobeida Cárdenas Polledo fuimos a su encuentro. Sin embargo, contario a lo que esperábamos, la hallamos en el aula rodeada de asientos vacíos y una aparente calma. “Periodistas, los niños están en la Educación Física y yo los espero aquí, ya deben estar al llegar”- nos explicó, y en seguida nos dedicó unos minutos de su tiempo.
Con 47 años en el oficio de enseñar, pensó despedirse del magisterio en una escuelita primaria del Central Australia, de Jagüey Grande, localidad donde vive actualmente. “Dije, mis últimos años quiero pasarlos en un aula, porque ya faltaba poco para jubilarme y empecé con un grupo de primer grado y lo llevé hasta sexto. Nunca había tenido esa experiencia y la quería vivir, ya que siempre fui maestra de segundo ciclo”.
Cuando llegó el relevo, nuevos pedagogos que se habían acabado de graduar, ella decidió cederle el paso a la juventud. No obstante, el hecho de sentirse aún con fuerzas para educar y esa extraña sensación de que todo el tiempo dedicado a la enseñanza resulta poco, por lo que le impidieron permanecer más de un mes en casa.
“No iba a trabajar más por una situación familiar, pero como se controló y estaba jubilada esperé la ubicación en el lugar donde hiciera más falta, me avisaron de la necesidad de maestros en Caletón y decidí trasladarme todos los días hasta aquí”.
Desde entonces, los pequeños le tienen la vida agitada y su corazón ya no es de ella, algo que no le molesta. El curso pasado le impartió clases a un grupo de 30 alumnos de cuarto grado y este año se enfrenta a un aula con 40 estudiantes de tercero, una situación bien compleja si de disciplina se trata.
“Trabajar con niños de primaria es muy difícil, son tremendos y muy hiperactivos, han tenido la carencia de maestros, por lo menos este grupo y el anterior. El año pasado dije, qué va, no puedo pensar que tenga que irme, pero lo logré, los controlé… y ahora trato de que ellos más o menos se adapten a mi forma”.
Lázara aún se cuestiona por qué siempre le asignan grupos numerosos, no sabe si por su carácter, por la vejez o porque ya tiene hábitos a la hora de enseñar a los infantes de esa edad. “Los padres cooperan mucho y se preocupan, me preguntan ¿ya usted puede con todo maestra?, ¿usted puede con todo a su edad?, yo les digo en broma yo soy Tutancamen, tienen que confiar en mí, estoy vieja pero todavía puedo”.
Sin embargo, en cada estrategia trazada con los pequeños educandos siempre sobresale esa pizca de humor “el primer mes les dije que estamos como en el círculo infantil que íbamos a adaptarnos al círculo, y el segundo mes estamos en el servicio militar, luego en noviembre ya estamos al salir del servicio. Vamos a ver si la disciplina se controla, porque son chiquiticos con muchas energías y necesitan de mucho trabajo, por eso trato de mantenerlos ocupados con ejercicios en clases”.
La máster en Ciencias de la Educación imparte casi todas las asignaturas, y aunque no le incomoda ninguna asegura que la de Matemática es su preferida, desde que se graduó siempre estuvo en el área de las ciencias.
Cuenta que la vocación nació precisamente cuando era una niña muy traviesa, quizás por eso está destinada a trabajar con niños tan pequeños e inquietos. “Era muy maldita y mi abuela que era conserje de la escuela desde los cuatro años me llevaba al colegio, porque en aquella época sí se permitía la entrada con esa edad.
“Les cogía la libreta a los maestros y tocaba con mis manos las letras, parece que me llamaba mucho la atención y cuando llegué a sexto tuve una maestra que influyó mucho en mí, fui monitora y de ahí en adelante decidí que esa era mi mayor motivación. Eso siempre me gustó, les digo a mis hijas que, si muero y vuelvo a nacer, volvería a ser maestra”.
Al graduarse con 16 años escogió el camino de la enseñanza primaria por el trabajo con niños en los que resulta necesario sentar las bases y crear hábitos para que continúen la secundaria y enseñanza media. “De una buena educación en esa etapa el niño crece porque sabe leer, escribir, calcular y me parece que dominando esos elementos la vida le va a ser más grata, más fácil en esa enseñanza y las posteriores. Claro, he impartido otros grados, me pude haber quedado, pero no, regresé a mi enseñanza”.
Las generaciones formadas durante tanto tiempo quedan grabadas para siempre en su memoria desde su primer año en el 69-70 en el internado de Cayo Ramona hasta la actualidad.
Su mayor orgullo es que la recuerden a pesar de su rectitud. “Soy difícil, me impongo porque la disciplina tiene que lograrse, pero si tú supieras que me recuerdan con cariño. Hace poquito fui al turno del oculista y los niños que ahora están en quinto se pusieron las pañoletas azules y se sentaron en el aula. Esa es la gratitud de haberles servido en primaria”.
A Lázara le llegan a la mente numerosas anécdotas, pero destaca que la clave para lograr ese respeto está en la paciencia y la dedicación. “Tienes que exigirles, pero también ser amable, bondadosa, de vez en cuando darles un besito, a veces ni me gusta que me los regañe otra gente, eso es malo, porque tienen que respetar, pero siento como si arañaran una parte de mí. Tiene que gustarte esta profesión, de lo contrario, no hay éxito y eso lo demuestran los niños cuando pasan de grado.
“También hay que hablarles de la honestidad, la responsabilidad, el amor al terruño y a los mártires para que conozcan a fondo la historia de su Ciénaga de Zapata. Les decía, cuando yo trabajaba en Cayo Ramona había que venir en una rastra y el agua atravesaba las ruedas y miren las transformaciones. Eso deben transmitirlo a sus hijos que gracias a la Revolución esto ya no es una tierra olvidada”.
Piensa en sus 63 años y se le escapa una frase que refleja su eterna vocación: “A veces le digo a la directora, no sé qué voy a hacer cuando no pueda venir más, tiene que llegar el día, no sé qué va a ser de mí porque no me hallo en mi casa, me tendrán aquí con bastón y todo”.
De pronto interrumpió el bullicio de los niños y a ella tal parece que le vino el alma al cuerpo. “¡Ay! Los tengo que dejar, mírenlos ahí”. En seguida, como una abuela de las más cuidadosas los ayudó a ponerse el uniforme y a preparar los materiales de estudio para la próxima lección. Entonces entendimos que era el momento de dejarla a solas con su razón de ser: aquel remolino de niños con pañoletas y una clase que perdurará en la memoria de los infantes para toda la vida.

 (Por Adrialis Rosario Zapata y Anet Martínez Suárez. Fotos: Ramón Pacheco Salazar)

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