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Respeto y autoestima en casa

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No imagino la edad que tenga, presumo que bastante son los años a contar por ella. De su brazo colgaba una jaba bastante grande y un bastón que penas si podía manejar. Llegó hasta la cola del pan y las personas la ayudaron casi que a mantenerse en pie y a comprar, pensaron, su cuota. El asombro fue mayúsculo cuando la anciana con mano temblorosa, extrajo de su bolso tres o cuatro libretas de abastecimiento y no la propia, como esperaba la gente..

Los comentarios no se hicieron esperar. “Es un abuso”.”La mandan a que compre el pan de toda la familia y hasta de algún vecino, cuando ella ésta para no salir de la casa sola”. Fue la dependienta la que puso el punto: “Eso es todos los días. La utilizan para la bodega y en cuanta cola aparece. Allá ella que se deja manipular así”, concluyó,

No importa la edad que se tenga, no existe nada más importante en la vida que poseer una buena salud física y mental. Un  asunto que a todos compete, pues pasa por la propia autoestima. Lo primero es valorarse uno mismo, saber de lo que somos capaces, reconocernos en nuestros errores y virtudes y saber reclamar nuestro lugar en el hogar, donde algunos ancianos han visto descender su autoestima a un punto cero.

 Cuantas veces, al interior de la familia,  subestimamos el criterio de los más experimentados, sea por ignorancia o por creer que ya no cuentan, al punto de hacerlos sentir como un trasto viejo atravesado en medio de la sala. El resultado tiene efectos invaluables en quienes herimos y sus aristas son insospechadas por las implicaciones ocasionadas a los más longevos y a los que los rodean.

La convivencia de varias generaciones bajo un mismo techo, además de representar una gran riqueza para todos los miembros de la familia, genera muchas veces situaciones que son fuentes directas de falta de respeto, subestimación y contradicciones frecuentes en los hogares donde están representados todas las edades.

Ancianos, adultos, jóvenes y niños comparten la vida familiar, pero por lo general, el eslabón más débil es el más viejo de la familia, cuya posición en el seno hogareño deja, a veces, bastante que desear. A los primeros corresponde hacer que respeten sus derechos y valoren su experiencia y sabiduría. Y eso exige una respuesta más que de la ley, de la educación y la cultura. Si las relaciones familiares son armónicas, quienes tienen mayor edad se sienten estimados por los suyos, que no solo los  cuidan, aman y respetan, sino que cuentan con ellos cada vez.

 Las actitudes y frases irrespetuosas, los comentarios peyorativos y otras reacciones de algunos niños, adolescentes y adultos, lo único que logran es la merma de los derechos de las personas de mayor edad. Vivimos tiempos difíciles, con una pandemia que no acaba y en la que nuestros ancianos y ancianas son los más vulnerables por sus edades y las comorbilidades que los afectan. De hecho, requieren de una mayor atención para evitarles salidas innecesarias y cuidar con mayor esmero su salud a fin de que no se enfermen.

Por eso resultan incomprensibles situaciones como las descritas y que no son casos aislados, cuando debieran serlo. Sucede también que les echan en cara el hecho de estarse en la casa, mientras otros miembros de la familia trabajan y se ocupan de hacer todos los mandados. Situación que genera preocupación a la abuela o el abuelo, que siente que no ayuda lo suficiente y que son una carga pesada para los suyos. Incluso, se les repite constantemente que van perdiendo facultades, que están seniles y que ya son un estorbo. De hecho, se cae en la intolerancia y las pugnas generacionales con mayor menoscabo para los más viejos de la casa.

Esto sucede por la incomprensión ante el proceso de envejecimiento por el que todos debemos pasar si no morimos antes y por una educación que nunca ha sabido valorar la suerte de contar  con esos seres que un día amaron, crearon una familia, trabajaron e instituyeron su hogar. Ese, quizás, que hoy disfrutan todos en casa, sin preguntarse, qué ha pasado con sus verdaderos dueños, relegados a un rincón.

 El rechazo, la desatención y hasta el silencio mantenido  hace que las abuelas o abuelos se sientan como una rémora y resulta lesivo para  los que los soportan, a veces en silencio, para no despertar los desplantes y las burlas de los suyos, insensibles, quizás a sus muchos pesares.

Dentro de cuatro años, un cuarto de la población cubana será más envejecida. Comprender las dificultades de este proceso es tarea de la familia y de la sociedad en su conjunto que, en el caso de la nuestra, envejece aceleradamente según las perspectivas demográficas avizoradas.
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( Revista Mujeres)

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