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Fidel hace 60 años: “Jamás el camino del regreso al pasado”

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Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto conmemorativo del primer aniversario del sabotaje al vapor “La Coubre”, en el muelle de la Pan American Docks, el 4 de marzo de 1961.
Hoy se cumple el primer aniversario de aquel holocausto que costó cerca de 100 vidas de obreros y de soldados cubanos.

Cuando el pueblo se reúne en la tarde de hoy, cumple un deber de cariñoso recuerdo, de homenaje, para aquellos que dieron su vida por su pueblo.  No cayeron en un combate, pero no solamente se muere por la patria en los combates.  Trabajaban, y trabajaban por la patria, trabajaban para contribuir a la defensa de su pueblo y de su causa.  Aquellos obreros y aquellos soldados estaban descargando las primeras armas que llegaban a nuestro país para defender a la Revolución y para defender la integridad y la soberanía de la nación.

Ya desde entonces empezaban los primeros amagos de agresión; ya desde entonces comprendíamos la necesidad de prepararnos y de contar con las armas necesarias para responder a la agresión, para defendernos, para defender los derechos de nuestro pueblo, para defender la integridad de nuestro pueblo, para defender las riquezas de nuestra nación, para defender las vidas de nuestros ciudadanos.

Y eso le preocupaba al enemigo.  El enemigo quería un país desarmado, quería un país indefenso.  La Revolución tendría que defenderse, porque ninguna revolución se realiza sin lucha, ninguna revolución se desarrolla sin enemigos poderosos, adentro y afuera; ninguna revolución podría liquidar los viejos privilegios, ninguna revolución podría liquidar los intereses extranjeros que explotaban a un país, sin lucha, sin tener que disponerse a resistir la acometida de los enemigos.  Y nuestros enemigos principales no era precisamente aquella clase dominante, adormecida y aletargada por el ocio y por el lujo; los enemigos fundamentales de la Revolución no eran enemigos nacionales, eran enemigos extranjeros, estaban representados, o simbolizados, en aquellos monopolios que explotaban desde los muelles hasta las compañías eléctricas, pasando por las minas, por las mejores tierras de nuestro país, y por el grueso de los recursos naturales y las industrias instaladas en Cuba.

Así, por ejemplo, un acto como este, hace tres o cuatro años, habría congregado aquí a una plaga de politiqueros, sargentos de barrio, botelleros y claques mercenarias que por ron, o por migaja, acudían a aquellos actos de la vieja politiquería.  Y en esta tribuna no estarían sentados los hombres honrados que aquí se encuentran; en esta tribuna estaría sentado un grupo de asaltadores de la Hacienda Pública; en esta tribuna estarían sentados unos cuantos latifundistas y magnates, con la investidura de Senador o de Representante; en esta tribuna no habrían hombres que trabajaban incansablemente, día tras día, mes tras mes, y año tras año, y en los cuales tiene el pueblo esa confianza y esa seguridad de que por muchos que sean los cientos de millones de pesos de la economía y de la Hacienda Pública que manejen, ni un solo centavo se quedará entre sus dedos.  Hombres que viven entregados a una sola idea:  el trabajo, el cumplimiento del deber, el servicio a la causa que representan.

Estarían sentados aquí aquellos “manganzones” que dirigían el movimiento obrero, no estarían los líderes honestos e íntegros de la clase obrera cubana.  Y estaría, tal vez, una media docena de agentes del FBI, “atacheses” de la embajada americana, y alguno que otro esbirro sin sotana, y con sotana.

No estarían, como están hoy, distinguidos representantes de las organizaciones mundiales de los trabajadores, ni valiosos intelectuales de América Latina, como los que nos acompañan en esta tarde.  Y no sería el pueblo, como hoy, no serían brazos de hombres y mujeres trabajadores, no serían hombres con camisas de obreros, los que estarían cuidando este acto, y esas armas no estarían en manos de hombres del pueblo, que saben por qué están aquí y por qué tienen esas armas en sus manos.  Esas armas estarían en manos de porristas y de criminales.

Y alrededor de nosotros, ¿qué contemplaríamos?  Pues contemplaríamos una serie de muelles de otras tantas compañías americanas; contemplaríamos barcos mercantes, que a pesar de haber sido comprados, es decir pagados por el Estado, estaban en manos de poderosos magnates de la industria.  Y esas cuatro chimeneas que humean de la Compañía de Electricidad, no estaríamos mirando, como hoy, elevarse hacia el cielo de la patria el humo que sale de una fábrica nacional...  manejada por obreros que prestan ese servicio al pueblo, y que reintegran a la economía nacional, para construir más plantas termoeléctricas, los recursos que antes se llevaban para siempre al extranjero; y no estaríamos mirando locomotoras y trenes de la nación, ni almacenes de la nación; y esos edificios, los nuevos y los viejos, esos edificios eran edificios donde el pueblo venía, desde tiempos inmemoriales, pagando un alquiler que no representaba para ellos, ni representaría jamás, ninguna seguridad para el futuro.  Es decir, que el pueblo no tendría nada.
    Ayer nada tenía el pueblo, ni tenía muelles, ni tenía barcos, ni tenía trenes, ni tenía industrias eléctricas, ni tenía almacenes, ni tenía casas.  Y hoy, ¡hoy todo es del pueblo!

Para comprender lo que es la Revolución, basta solo con pararse en cualquier rincón de Cuba, aquí o junto a las chimeneas de cualquiera de los ciento sesenta y tantos centrales azucareros; aquí, o en el medio de las montañas, o en el medio de los llanos, y hasta en el medio de las aguas que rodean a nuestras costas, y preguntarse:  ¿ayer, de quién era todo?, ¿y hoy, de quién es todo?

Para recibir una lección práctica de revolución, basta con situarse en cualquier sitio de la nación, y todo, absolutamente todo, nos estará indicando qué es la revolución, desde el fusil en manos de un hombre del pueblo, hasta las fábricas más modernas; desde la tierra a la industria, pasando por el transporte y, en fin, por el grueso de los recursos económicos y naturales de la nación.  Y sin contar lo que ayer no existía y que hoy existe; sin contar con las miles de nuevas escuelas; sin contar con los millones de libros que hoy ilustran al pueblo; sin contar que apenas queda ya un cuartel que no sea una escuela; y, sin contar que a fines de este año podremos proclamar al mundo que aquí todo el mundo sabe leer y escribir.  Y así, cuando en cualquier rincón de la patria nos paremos, y veamos que a nuestro alrededor no hay un solo analfabeto, estaremos sabiendo lo que es la Revolución.

Esa es la gran diferencia, la tremenda y abismal diferencia que hay entre el ayer y el hoy, y la que se vislumbra hacia el mañana.  Pero la Revolución no es solo realizaciones logradas.  Para comprender una revolución, no basta saber lo que una revolución ha hecho o es capaz de hacer.  ¡Para comprender una revolución, hace falta saber también el precio que hay que pagar por ella!

Y hemos hablado de lo que tenemos, y constantemente podremos estar viendo y hablando de lo que ha cambiado y de lo que se ha hecho, pero constantemente tendremos también que estar hablando, quién sabe por cuánto tiempo, del precio de luto y de sangre, de los desgarramientos que a nuestro pueblo le quieren hacer pagar los que no pueden contemplar, con resignación y calma, este tremendo cambio entre ayer y hoy; entre el ayer, en que nada era del pueblo, en que el pueblo era el rebaño humano que sudaba y sangraba para servir a los que lo tenían todo; y el hoy, en que el pueblo dejó de ser rebaño para ser dueño, el hoy, en que todo es del pueblo.

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 (Cuba Debate ) 

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