Aún están en debate el nombre y tratamientos posibles, pero se sabe que el fenómeno tiene consecuencias deplorables, como la baja autoestima de esos chicos, la dificultad para que respondan a la disciplina e, incluso, el peligro de fomentar un rencor que desemboque en cólera y hostilidad contra cualquiera de los padres u otros adultos implicados.
La alienación puede manifestarse en diversos grados, desde mostrar indiferencia o vergüenza por el vínculo biológico hasta temor incontrolable u odio patológico, que puede adormecerse o incrementarse con los años, en función de cómo reaccione el adulto agraviado.
A veces la alienación es un proceso no intencional, pero igual de dañino. Sin pensar en el resultado, se insultan o desvalorizan en presencia de sus hijos, a veces implicando a otros familiares o amistades; o se obstaculiza la visita frecuente y se minimizan sus aportes al sostén familiar. En esta situación incurren ambos padres en gran medida.
También puede ocurrir que se subestimen o ridiculicen los sentimientos del menor, se le demuestre celos si habla con afecto o admiración del ausente, se incentive o premie la conducta despectiva como algo que hace feliz a la familia y conforta en el duelo de la separación…
A la larga este fenómeno arraiga en la visión infantil sobre sus progenitores, al punto de creer cualquier razón absurda para mostrar rechazo o mentir y repiten comentarios valorativos impropios de su edad.
Alienar a un pequeño del amor de su padre es condenarlo a crecer sin ese apoyo esencial, y cuando tienen edad para comprender, muchos se culpan o se reviran contra el adulto alienador, ya sea la madre, su nueva pareja, abuelos impositivos u otros de gran ascendencia en la familia.
En abstracto, se reconoce el SAP como una forma de maltrato infantil, pero es difícil probarlo sin hacer más daño a la principal víctima. El camino más aceptado para confirmarlo es el diagnóstico diferencial, y exige pruebas de que no existía maltrato sicológico o físico previo por parte del progenitor alienado hacia su pareja o la descendencia.
Esa es otra alerta para quienes lidian en los tribunales, escuelas, comunidades y servicios médicos con los efectos de esa manipulación, pues sus manifestaciones pueden confundirse con conductas de infantes que han sido realmente víctimas o testigos de agresividad doméstica. Los límites entre ambas violencias son difusos, pero sus consecuencias son igualmente lamentables y están muy lejos de honrar las funciones asumidas al traer una vida al mundo.
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(JR )
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