En Cuba, donde nuestra identidad familiar ha estado determinada por el impacto de la Revolución y sus políticas sociales, tanto como el desarrollo de la mujer y su inserción en la sociedad, la familia continúa siendo una fuente importante de valores y saberes.
De hecho, el hogar de nuestros días no es el mismo en el cual se criaron nuestros padres y abuelos, pero sigue siendo el puntal emocional que tanto necesitan sus componentes. Un apoyo que se complementa en lo económico y material, lo cual es esencial para el crecimiento y desarrollo feliz de sus miembros.
Es a la familia, como núcleo primario, la encargada de la formación infantil. Derecho que se adquiere mostrando valores y normas de conducta positivas y logrando, a través de su influencia educativa, que se formen en niñas y niños buenas cualidades o características de personalidad acordes con la enseñanza dada.
Según los sicólogos, este referente está dado por los cambios que se producen, y por las contradicciones que estos provocan y que hacen que ocurran transformaciones importantes para el desarrollo de la personalidad infantil. En ello estriba la importancia de cuidar la atmósfera familiar y de diseñar lo cotidiano, procurando que nuestra descendencia crezca en un medio regido por el afecto, las mejores relaciones, la disciplina y el respeto mutuo.
Cada hijo o hija es la obra más legítima de quienes lo trajeron al mundo, lo protegieron y le enseñaron desde los primeros balbuceos y los primeros pasos hasta los preceptos morales que hacen del hombre y la mujer ciudadanos íntegros. Sin duda, esta es una gran responsabilidad que asume la familia sobre la base de una autoridad justa ante los más jóvenes de la casa que, al crecer en un ambiente armónico y coherente, sienten que todo su potencial humano se optimiza, brindándoles un valioso soporte para hacer frente a los desafíos de la vida diaria.
Hay quienes piensan que porque se es de la familia, no hay por qué dar las gracias, agradecer un favor o darnos los buenos días al levantarnos. De ahí la importancia de utilizar expresiones adecuadas con los niños, tales como “hazme el favor”, “muchas gracias”, “con permiso, “serias tan amable”, etc., que facilitan la avenencia y educan en la gentileza y la cortesía.
Ver a la familia como un lugar de refugio o como una institución tradicional inamovible, sin contradicciones ni diferencias, es un eufemismo. No son estas dimensiones extremas si pasan por el tamiz del respeto, la comunicación y la tolerancia. Creo más bien que ese “refugio emocional” que tenemos en casa y en el que cada componente del núcleo forma parte feliz de la preservación de su entorno, continuara siendo parte intrínseca de la coexistencia humana. Aquí y en cualquier punto del planeta.
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( Revista Mujeres)
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