, Año 64 de la Revolución______________________________

PARA LA HORA

Bitácora digital

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El celular: un paso entre la mega comunicación y el aislamiento


Comienzo con una perogrullada: los tiempos han cambiado. Las transformaciones son más que evidentes en casi todos los aspectos de la vida. Sin embargo, el premio gordo en esto se lo llevan, sin lugar a dudas, las llamadas nuevas tecnologías de la comunicación. Las Tics son ahora una extensión de nuestro ser.
¿Será que los aventurados profetas de la literatura de la ciencia ficción han dado en el clavo y ya nos hemos convertido en ciberpersonas, mitad seres humanos y mitad máquinas? Habría que pensar.
Las pantallas se han convertido en el centro de nuestras vidas, y entre ellas ocupa un lugar de privilegio el celular.
En la actualidad es casi imposible vivir sin teléfono celular. Este dispositivo se ha convertido en nuestro mejor aliado. Es poco menos tan común, como usar zapatos. Lo llevamos a todas partes: al trabajo, la universidad, el estadio, las tiendas, e incluso al sitio donde compartimos los momentos en familia
Esta tendencia puede reportar algunos provechos como es conectar con otras personas que por diversas razones se encuentran lejos e incluso con más de una a la vez, y de esta forma ampliar el círculo de socialización, también permite dejar constancia de momentos importantes y compartirlos; entre otros beneficios.
Pero no todo es ganancia. El móvil dejó de ser una utilidad para ser una necesidad. Hay quienes, si no lo tienen encima, sienten que les falta algo; incluso si alguien confiesa que no tiene, muchos no se lo creen, piensan que les está mintiendo. Su dependencia ya está diagnosticada como un tipo de trastorno de ansiedad: la nomofobia.
Es lo primero que miramos al despertarnos y lo último antes de irnos a dormir. Algunos estudiosos afirman que el teléfono se usa como promedio cada 12 minutos, lo que suma cinco veces en una hora y 120 al día. En resumen se ha convertido en la  enfermedad mental de los  tiempos posmodernos.
Tal adicción pudiera justificarse si tenemos en cuenta que vivimos la llamada “era de la comunicación”, pero entre las cosas que nunca terminan haciendo solo para lo que fueron creadas, el celular tiene su espacio. Suena hasta paradójico que un elemento que se creó con el fin exclusivo de comunicarnos esté, en estos momentos, haciendo todo lo contrario. Algo que comenzó a ser empleado para acercar a las personas que se encuentran lejos, ha terminado alejando a quienes están solo a metros de distancia.
El entorno familiar no está exento de sufrir este fenómeno. Hay familias completamente incomunicadas a causa del celular. Y lo mismo se produce de padres a hijos/as como viceversa. No resulta raro encontrar a personas adultas ensimismadas en textear o hablar por el móvil en las más diversas situaciones (durante las comidas, frente al televisor, en las fiestas, esperando ser atendidos, cuando andan con su pareja, en medio del tránsito o incluso cuando prestan un servicio), y se olvidan de quienes las rodean.
Tales conductas adquieren una connotación especial cuando se trata de padres y madres con las y los hijos. En la medida en que los padres centren su atención en la tecnología, pierden la oportunidad de comunicarse con su descendencia, de  establecer contacto visual y detectar expresiones faciales que, como se sabe, comunican un mensaje. Esto puede generar en las y los menores sentimientos de inseguridad y la creencia de que no son importantes en la vida de sus papás.
Con estos comportamientos, señalan los especialistas, se les da a entender a las y los pequeños que los momentos de compartir en familia no son importantes y que no es necesario respetar la presencia del otro.
Por su parte entre los más jóvenes de casa el problema es más frecuente. La nueva generación utiliza el móvil como medio primario de comunicación. Cada vez muestran menos interés por el cara a cara, el diálogo o las expresiones de cariño, llegan incluso a estar en la misma habitación y conversar por el chats o el wastsapp, sienten que si no mandan el mensaje de texto en ese momento; el mundo se termina, que las festividades no son para celebrar y confraternizar, sino para retratar y grabar, o que las expresiones de afecto no pasan de ser emoticonos o stickers.
Ya va siendo común encontrar a los integrantes de una familia en una misma habitación, sin mirarse a la cara, las parejas pueden estar conformadas por dos personas y sus respectivos celulares, y qué decir de la atención a las personas mayores totalmente ajenas a la novedad. Muchas veces quienes así se comportan, no son conscientes ni de su conducta adictiva con el teléfono, ni de que esto les puede hacer tanto daño al resto de la familia.
Este ensimismamiento (también nombrado “autismo inducido”), conlleva al aislamiento de las dinámicas familiares y es el causante de múltiples accidentes domésticos.
Es realmente peligroso
Si de algo siempre está pendiente la familia es de la salud de sus integrantes, y se ha comprobado que el uso indiscriminado de los teléfonos celulares constituye un peligro del cual no tenemos percepción de riesgo.
Desde el punto de vista físico la vista es uno de los sentidos que más se resiente con el impacto de este hábito. La luz de las pantallas, provoca daños importantes, sobre todo en la retina, debido a la poca distancia que se guarda para observarlas, a  largo plazo el brillo excesivo provoca degeneración macular, un daño en el interior de los ojos. Además,  estimula la resequedad en los ojos debido a la reducción del parpadeo y dificulta el enfoque a distintas distancias con visión borrosa y miopía temporal, afectaciones que se han llegado a detectar cada vez más, en personas de menor edad
El sistema inmunológico también suele ponerse a prueba pues se dice que los teléfonos móviles pueden tener hasta 18 veces más gérmenes que un baño.
El sistema nervioso se altera sobre todo si se usa el móvil antes de dormir. Puede provocar trastornos del sueño que derivan en estrés, ansiedad, cansancio, y en los casos más graves migraña y hasta convulsiones
En cuanto a la musculatura afecta los tendones de las muñecas, al generar su inflamación, además de dolores profundos. El cuello y la espalda, también son víctimas de los teléfonos inteligentes.
Y por último, son los causantes de gran porcentaje de los accidentes. La distracción que provoca un celular, es peor que los efectos que provoca manejar con alcohol en la sangre. Es ya la segunda causa en el mundo de accidentes viales, ha incrementado el número de caídas, quemaduras, intoxicaciones y hasta incendios.
Soluciones
Sin importar el sitio en el que nos encontremos el móvil nos encadena en un mundo virtual donde tristemente la realidad pasa a un segundo plano. Mientras más tiempo dure su uso, más alejados de nuestro contexto estaremos.
No se trata de satanizar la tecnología, sino de llegar a un punto donde esta se adecue a la familia y no al revés, de manera tal que no afecte el desarrollo emocional de las y los pequeños, impacte de forma negativa en su proceso de socialización y cause, en el futuro, alteraciones del estado de ánimo
Es por eso que en cada hogar deben negociarse algunas normas que intenten defender la comunicación familiar. Siempre hablamos de que en las relaciones de convivencia deben tenerse claros los límites y que son los padres y las madres los encargados de establecerlos; pues bien, ahora se impone incluir estas nueva necesidad. Para ello se aconseja a los papás no rezagarse frente a las nuevas tecnologías a fin de saber cómo proceder.
No debemos perder la oportunidad de aprovechar espacios como la hora de las comidas para conversar, preguntar e interesarse por las cosas que cuenten los familiares, buscar momentos para actividades de integración (hacer deportes, juegos de mesa, paseos…) e invitar a los participantes a no usar el celular
Según los expertos en protocolo hay situaciones que se han catalogado de groseras cuando hay un teléfono por medio: usarlo a la hora de compartir la mesa, en reuniones y fiestas, escuchar música alta en lugares públicos, atender el teléfono cuando se está conversando, escribir mensajes cuando caminas…
Ya hay iniciativas para salvaguardar nuestro derecho a interactuar como seres gregarios que somos. Muchas invitaciones a celebraciones o reuniones llevan consigo la recomendación de "por favor, venir sin su celular" o se acondicionan lugares para dejarlos. También existen las llamadas “mesas sin pantallas”, en las que incluso se llega a pedir que cambien los estados de whatsapp por "Estoy teniendo una #CenaSinPantallas", así los que se contactan sabrán que por un tiempo los mensajes no serán respondidos. Es, además, una manera de transmitir la experiencia a los amigos y familiares y animarlos para que también ellos se sumen.
En casa podemos intentarlo como un juego o un reto (que es la palabra que se usa). Podemos crear en espacio para que los integrantes de la familia dejen sus teléfonos en los momentos de realizar actividades conjuntas (comer, ver la tv, debatir sobre un tema o simplemente hacer el resumen del día). La primera persona que no respete la regla y vea su teléfono durante este tiempo, debe cumplir un castigo.
Hagamos conciencia de lo importante que resulta la comunicación frente a frente, mirarse a los ojos, desnudar el alma, captar el lenguaje extra verbal. Los mejores momentos no tienen necesariamente que ser recogidos en fotos y compartidos en las redes sociales. Pueden quedar guardados en nuestras memorias y comunicarlos a quienes realmente les sean importantes. No debemos abstraernos de la realidad inmersos en nuestros celulares y sí aprovechar el tiempo real de disfrutar con familiares y amigos. No permitamos que se desvirtúen las relaciones interpersonales.
El celular es un instrumento a tu servicio y no al revés. Ahora, es momento de reflexionar: ¿Podemos convertirnos en personas digitales inteligentes capaces de poner límites al uso de la tecnología? Estoy segura que sí.

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